mamá, me tatué una plancha

Iba a empezar esta historia con un análisis social del clima feminista en el Nueva York de hace algunos años–-cuando Lena Dunham en la tina y Chimamanda Adichie en el papel nos enseñaban cómo teníamos que ser y nosotras no le hicimos caso. Hubiese mencionado que se trataba de un ambiente cargado y lleno de “ismos”, convencido de que para pertenecer, debíamos encajar en el personaje de luchadora empedernida, abanderada en contra del patriarcado. La receta, además de la no-depilación de axilas, incluía una serie de instrucciones y reacciones tanto predecibles cómo aburridas que perdían vigencia apenas caía la noche e igual, con o sin luchas, hombres con mujeres, nos dábamos besos contra la pared.

También iba a contarles sobre “Música Para Planchar,” la instalación interactiva que mis amigas y yo organizamos en la primavera del 2015 en Red Hook. 8 mujeres, 8 obras, 8 planchas e interminables camisas arrugadas y canciones que nos mantuvieron a flote. Indagaría en el detalle de cada obra, de cada copa de vino que se compartió y cada hora y viaje en ferry planeando y montando la infraestructura planchística para semejante espacio. Si tuviera tiempo, incluso contaría como, al ritmo de “Maldita Primavera” y “Hacer el Amor con Otro,” le confesamos a nuestros asistentes que nosotras si queríamos plancharles las camisas a nuestros maridos, lavar platos y tender camas y que eso no nos hacía menos inteligentes, menos valientes o menos sensibles que el resto.

Pero no tengo tiempo para tanto. Y debo ir directo al grano.

Si bien la plancha captura mucho del bagaje de lo que hoy es el tatuaje que llevo en el brazo izquierdo, tengo que admitirme a mi misma que no se trata solo de capturar un momento en el tiempo o un discurso particular o una amistad a la que ya no tengo acceso de la misma forma en la que tenía cuando todas vivíamos en el mismo lugar. Todos esos puntos son importantes para llegar a la plancha pero creo que estoy tapando los más relevantes.

En octubre de este año, a mi diagnóstico de apendicitis se le coló un quiste de Endometriosis de cinco centímetros y con este, la paranoia anexada a la falta de fertilidad que se le adhiere a esta difícil enfermedad. Yo sé, al final mucha gente igual tiene hijos, pero no se trata de eso. La sabiduría llega cuando ya no nos sirve para nada. Es la dulce espera a esa posibilidad la que aterra. Yo, a mis 26 añitos y estrenando ombligo nuevo, tuve que digerir esta noticia desde la camilla de una clínica en la gris Lima que me vio nacer.

Lo más cerca que he tenido a una hija, porque estoy segura que es mujer, es un proyecto personal que no solo fundé sino también dejé congelada al año y medio de nacida, cuando una combinación de presión con bajos ingresos me convencieron de hacerlo. He adorado relacionarme con niñas y niños toda mi vida pero siempre he dicho que mejor me asienta ser abuela. La maternidad es algo a lo que le tuve miedo por no haber tenido acceso a la definición tradicional de mamá que los demás tenían — item which singlehandedly shaped the way I behave across all platforms, interactions and behaviors. Razón por la cual, quizás, me siento cómoda siendo la única mujer defendiendo su punto de vista en un gran grupo de hombres. Crecí escuchando que así había sido mi mamá y uno siempre aprende con el ejemplo.

El tema es que cuando tu cuerpo te avisa que podrías perder la posibilidad de algo, empiezas a sentarte y tomar una decisión al respecto — así no tengas ordenado con quién ni cuándo. Lo piensas porque es parte del scope del problema y de pronto, todas esas voces que durante mi adolescencia confundida le dijeron a mis papás que no iba a traer niños al mundo porque no quería que sufran como yo, se evaporaron. Que mis hijos sufran probablemente sea nuestra primera meta sobre la tierra. Que aprendan a no ser tan sueltos de lengua como yo, la segunda.

La plancha para mi es un símbolo de fortaleza pero también de cotidianeidad, porque capta un quehacer matutino tan simple pero a la vez, tan relevante. Algo que bajo ningún motivo debe ser obviado. En el discurso empresarial, la plancha sería condenada de “operativa,” queriendo claramente priorizar al refrigerador por sus habilidades estratégicas o inclusive a los parlantes de Alexa por su cualidad innovadora. No se puede vivir sin refrigerador porque no habría comida para el día siguiente, granted, pero sin plancha siempre quedarías pésimo en todas tus reuniones de trabajo.

Para mi, la plancha es lo equivalente a las pruebas de calidad al final del proceso de implementación de un producto. Nadie quiere aparecerse a una fiesta con el vestido arrugado. Así me siento yo a veces, porque en mi chamba actual no hago que los productos nazcan pero si creo que mi equipo y yo los vestimos, calzamos y damos de comer bastante bien y eso me gusta. Me llena de satisfacción ser el último paso antes de salir. La herramienta que le da forma a la prenda. Un detallista por excelencia. El artefacto clásico que no pasará de moda.

Cuando encontré el dibujo en mis fotos se me vinieron mil ideas a la mente, tanto así que reservé la cita con Antonio, el tatuajista de la China que me habían recomendado en Ink and Water Tattoo. Hace tiempo que no estaba tan segura de algo–-Ursulita me llamó impulsiva y se la doy. Pero creo que es riquísimo y adictivo el dejar impreso en tu cuerpo que estás comprometida con ciertos valores, metas e historias que nunca me quiero olvidar. Con mi dibujito de la plancha he resumido varias ideas que mi cerebro andaba cocinando en los últimos diez años.

Y finalmente, la plancha también es una metáfora para mi mamá. Firme, resiliente y luchadora. Humanamente dura y brillante: capaz de pulir todo lo que le entregues a su mejor versión. Necesaria para todos pero independiente — no pertenece en la cocina pero es la reina madre de la lavandería, el cuarto, o donde sea que la vayas a necesitar. Cuando la quieras, solo enchúfala.

A medida que uno va creciendo y la carpeta “madurez” de tu laptop se va llenando de cada vez más archivos, el consejo de llevar un día a la vez lleva una tremenda relevancia. Las luchas que antes se mapeaban al año ahora aparecen de manera semanal. Uno tiene que sacar resiliencia de donde haya. Antes me imaginaba la fortaleza como algo extremo y extranjero a la vez. Un yunque, un ave fénix o alguna herramienta vikinga a la que poca gente tiene acceso. Hoy, me la imagino como parte de nuestro contexto cotidiano, una cosa más a la que recurres porque sabes que la vas a necesitar y no puedes andar por ahí con el corazón arrugado.

Espero con esto haber respondido sus preguntas. De antemano me disculpo por no haberme tatuado una frase célebre en Latín.

NOTE FROM THE AUTHOR (2022)

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