Anais Lalombriz

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¿es barbie el comienzo o el fin del feminismo como lo conocemos hoy?

La internet es un mundo mágico que siempre me ha generado emociones mucho más tangibles que sus pixeles. Desde que pude, publiqué. Desde que publiqué, seguí. Desde que seguí fui seguida y ahora, en toda su vorágine y poder, también me veo obligada a opinar sobre la película de Barbie. ¿A quién le voy a mentir? Me encanta que me pregunten qué opino. Aquí voy. 

Creo que lo primero que necesitamos para analizar este fenómeno cultural es una estructura. Ya que sin ella, podríamos caer en falacias muy rápidamente. Está primero, la infraestructura que permite que esta película exista. Luego, la rosadificación de las redes sociales en los días previos a su lanzamiento. Y, finalmente, está la película en sí. Lo primero que tengo que mencionar respecto a la experiencia de usuario de esta película es que tuvo su customer journey recontra bien mapeado. No iba a bastar con la película, tenían que generar el hype con anticipación para querer llevarnos al cine a ver la historia de una muñeca que parecía haber pasado a mejor vida. Seamos sinceros, hacía mucho tiempo que como raza humana no hablábamos de Barbie–sin duda no como lo hemos hecho este último fin de semana.

Teniendo estas tres grandes categorías presentes: infraestructura, rosadificación y película, tenemos que luego pasar al otro lado de la matriz que son los usuarios de esta experiencia. Existen varios segmentos a los que esta cosmogonía está dirigida y parte de su magia es que es una historia que se lee en capas. Está primero el segmento Boomer que jugó con Barbies de manera individual: te vendían una muñeca y doscientos cambios de ropa. El modelo de negocio tenía su límite y los ejecutivos de Mattel le dieron su giro para vender más. Es así cómo aparece la Barbie que todo lo puede–no por feministas sino por comerciantes. No los voy a criticar, yo también tengo cuentas que pagar.

Luego entramos nosotras, las Millenials del medio, que no solo compramos Barbies sino Bratz, My Scene, Polly Pocket (que ya me enteré hay una película protagonizada por Lilly Collins y dirigida por Lena Dunham in the works) y demás. Yo tuve la Barbie Shakira, la Barbie Joyas con su barriga suavecita, la Barbie peruana que más parecía de la polinesia, la casa de verano, el Volkswagen Beetle rosado, el convertible empoderado, etcétera. No había nada ni nadie capaz de ebullir mi imaginación cómo Barbie. Y sí, su verdadero novio siempre fue el Max Steel de mi hermano que convivía junto a los legos de Harry Potter del lado masculino del estante. Sin embargo, siempre me tomé el trabajo de asegurarme que tanto Ken como Max se peleen por ella. Nuestro estante estaba dividido por género e inconscientemente, por color. Eran los 90s, no existía nada de lo que existe hoy. Y por nada me refiero a todo, solo que no quiero tomarme el trabajo de delimitarlo, al igual que Greta.

En algún momento, el mundo cambió y no hubo six pack capaz de acompañar el despertar estético y hasta les diría, sexual, de las siguientes generaciones. Definitivamente no como lo hizo con nosotras. Para las miembras de la generaciones post Millennial, no que nos quieran contar porque ellas ya son too cool for school, las Barbies perdieron total relevancia. Acá no puedo evitar mencionar lo brillante del momento en el que Ken le dice a Barbie para quedarse a dormir y ella le responde para qué. El feminismo y su consiguiente liberación sexual fue algo que las miembras de esta generación hasta cierto punto toman por sentado porque ese fue el mundo que las convirtió en adultas. Ya estaba cuando comenzaron a existir. El personaje de Sasha sin duda está en la película por eso. 

Luego están las niñas, otro Dream User Persona que Mattel sin duda tiene en mente. Son ellas quienes, tras ver la película, jugarían (porque tras la data que leo en Business Insider, ahora mismo no juegan) con Barbies en la época presente. Entendería que esa demográfica son personas nacidas entre XXXX y YYYY que hoy tienen entre 5 y 14 años. Quién diga que dejó de jugar con Barbies antes de los 14 sin duda no tuvo infancia. Y por supuesto, están los hombres.

Los hombres, expresándome en términos burdos y generalistas a propósito, son sin duda otro segmento al que la experiencia de la película trata de impactar justamente con el mismo desaire con el que yo los nombro: “Hombres”. No hombres boomers, hombres corporativos, hombres que manejan carros o que les gustan los caballos. “Just Ken” parece querer estar diciendo just men. Algo que la película de Barbie definitivamente hace muy bien es decirle al mundo que ellas vienen a hablar de la complejidad de ser mujer pero no de la complejidad de ser hombre. Greta parece querer compartir que, para nosotras, los hombres son un solo bodoque de información primitiva que no queremos desmenuzar porque no nos importa. Los secuaces de Mattel todos hablan y visten igual. Los Kens, se llaman igual por algo y el único que trata de romper esa estructura es Allen que además, se cambia de bando apenas puede. Por algo será. 

Entonces, habiendo establecido estos diferentes pisos altitudinales y correspondientes segmentos, lo primero que me siento cómoda diciendo es que se supo desde que se invirtió que esta película iba a hacer millones. No porque sea una buena película sino porque el presupuesto designado para hacer que la gente vaya al cine (que ojo, no es lo mismo que hacer que la gente le guste la película y/o vuelva a ir o la recomiende) era suficiente para volver loco a cualquiera. A esto en el mundo digital se le llama awareness y se mide con la cantidad de entradas vendidas en taquilla. ¿Por qué se que esto no podía fallar? Porque tras la relevancia que parecía haber pedido Barbie en medios y por consiguiente en ventas en los años XXX y YYY, algo tenían que hacer para mantenerla en el top of mind. Su estrategia es clara: pensar más allá de la muñeca. 

¿A quién deciden contratar para este tremendo reto y por qué? A Greta Gerwig–ícono del cine independiente y feminista con películas como Frances Ha que, me van a disculpar los fánaticos pero es la historia de una creativa perdida neoyorkina que como muchas otras, mucho no descubre y mucho no aprende pero igual provoca seguir. Girls, Fleabag y otros contenidos son exponentes del mismo género. Es lo que se llama una película contemplativa diría yo. La elección de Greta por los ejecutivos de Mattel sin duda ya es una paradoja en sí misma. Pero ella acepta. “¿Por qué la está haciendo Greta?” Recuerdo preguntar en una mesa de un restaurante en Los Ángeles allá por el 2021 cuando Adrian y Nat me presentaron a un amigo que estaba trabajando en la producción. Nadie me supo explicar.

Infraestructura entonces, check. Greta tenía la chamba, tenía el presupuesto. Escribió el guión. Noah la ayudó. ¿O realmente lo hizo con ella? No sé. Sabemos por otros reportes publicados por ahí que la razón por la que Mattel sospechaba que las ventas de Barbie habían caído en un mundo post Me Too Movement y la quizás consolidación del feminismo era porque Barbie no representa los ideales que las mujeres y/o niñas de hoy buscan conectarse con. Acá hago especial énfasis en que mujeres son distinto a niñas porque las niñas no van a comprar ni jugar con las muñecas pero sí podrían “like/share/experience/buy” otros contenidos (dígase la película) y las niñas sí deberían regresar al producto original que es la muñeca. Acá Mattel asume que dolls are still a thing, ¿o no? Tampoco se. Lo que sí sé es que la película sin duda tiene esto en cuenta y para todos los gustos. Hay la brutalidad de la estética, la oda a la nostalgia desde que arranca hasta los créditos donde ves los empaques de Barbie en la época de mi mamá y además, hay tanto su trama como sus comentarios feministas para quienes queremos escucharlos. Y analizarlos.

Y es aquí donde llegamos al meollo del asunto. Hay algo en la ideología que Barbie trata de exponer que parece igual de pre fabricada que la perfección que busca contradecir.

Es un feminismo on the nose, empaquetado, extremista, pasando de Barbie presidente a Barbie mesera de Hooters (más o menos) en un abrir y cerrar de ojos–como si fuera tan fácil tumbar ideales. O capaz sí. El hecho que se pongan los mamelucos rosados y una por una, logren revertir un mundo que nunca fue tan perfecto como creían me dejó incómoda. Quiero creer, por los argumentos antes mencionados como infraestructura y rosadificación, que todo esto tiene que ser una parodia. Greta sabe que la contratan para permear de feminismo a Mattel pero también, que debe ser accesible a todo público. ¿Por qué? Porque necesitas que las tías vean la pela por nostalgia y las chibolas por aspiración. Entonces, ¿cómo quedamos?

La única manera en la que puedo dormir tranquila con la idea de que Greta Gerwig hizo esta película es el argumento de un amigo quien, al ser hombre, requirió que yo sea la voz que trae sus ideas a la realidad ya que él es solamente un Ken. Él sospecha que Greta impone este feminismo tan ‘on the nose’ (y tan “chiclificado”) a sabiendas, buscando, quizás no parodiarlo, pero sí consumarlo, finalizarlo– volverlo tan ubicuo, tan ‘pop’, tan cliché que, por su cuenta, entra en proceso de obsolescencia. No porque su intención sea suprimir el feminismo actual –claro está–, sino para incentivar su renovación.

Quiero creer que la película en su capa más profunda explora la posibilidad de que el feminismo de hoy en día, al igual que Barbie en su momento, deba renovarse. Decir que los hombres no sirven para nada es igual de malo que decir que son lo máximo y teñir al mundo de rosado definitivamente no es la solución para tener un mundo mejor. Menos para ser felices. Me daría mucha migraña. Pensar que Greta no se dio cuenta que el feminismo que la película parece estar a favor de no es el que queremos sería ser ingenuos. 

Barbie se está burlando de capitalistas y feministas por igual, de hombres enternados y a caballo, de todos los que creemos que estamos cambiando el mundo y al final, usualmente siempre acabamos donde comenzamos: con Ruth, tomando té. La falta de trama a mi me aturde porque la publicidad, la rosadificación, las carteras de edición limitada de Jessica Butrich y el hecho de que sí, yo sí me considero feminista hasta la pared de enfrente, me quisieron engatusar con que esto iba a confirmar mis ideales. Creí que iba a salir del cine más empoderada de lo que entré. Creí que iba a aprender algo. 

Y capaz eso es exactamente lo que Greta busca decirme, en el mismo espíritu de los trends que rebotan el TikTok diciendo que the girlboss era is over y que le dejemos paso a otras versiones de las mujeres que queremos ser. A mi me da un poco de rabia, porque me gustaría haber visto algún arco narrativo que dialogue con la idea de que Barbie no creó el mundo perfecto, que America Ferreira sí podía generar un vínculo con su hija a través del juego y que, finalmente, Ken sí sirve para muchas cosas, entre ellas, chaparse a Barbie como lo hacía el Max Steel del otro lado del estante.

Pero Greta no me quiso dar ese placer y por eso, nunca más dormiré feliz en mis sábanas rosadas.