Anais Lalombriz

View Original

el síndrome de “viene a lima y (de la nada) me muero por él”

El pasado sábado 25 de marzo, junto con Ziggy Marley y Train –ambos conocidos por aprox. dos canciones–, se presentó mi máxima ídolo de todos los tiempos: Shakira, la colombiana conocida por sus alucinantes movimientos de cadera y lo que algunos consideran una empalagosa voz. 

Quería dedicarle mi primer post oficial porque me parece que tenemos que reflexionar, tal y como yo lo hice este fin de semana en el balneario hermoso, en cómo nos ha acompañado Shakira a través de los años. Desde mucho antes de saber qué era el aborto, ya sabía que Braulio tiene ojos grandes y cabellos oscuros. Cuando solo había cassettes, nos preguntábamos dónde están los ladrones. Luego, los CD’s nos dieron la oportunidad de conocer más de mil formas de besar y, finalmente, vivimos la pubertad con la suerte de que nuestros pechos sean pequeños y no los confundan con montañas. (Chicas, formador, anyone?). 

Hoy en día, ya hemos salido del armario para vivir una adolescencia de locas con nuestros tigres, aunque algunas todavía andamos por ahí, sigilosas al pasar. Y, aunque todo el mundo comente que Shakira ha cambiado y todo lo que quieran, y que “ya no es la misma de antes” o que “se maleó con el inglés”, bien que igual reconocemos que, a su nivel walking gets too boring, when you learn how to fly. El Waka Waka unió a billones de personas en un evento que nos hizo sentir a todos como si el mundo fuera tan chiquito y cohesionado como el relleno de un Ferrero Rocher. En fin, pienso que Shakira has been there through thick and thin y creo que le debemos un homenaje como se debe. A su vez, a esto se debe lo que viene a continuación: 

El síndrome de V.A.L.Y.M.M.P.E. (que son las siglas para “Viene a Lima y me muero por él/ella/ellos/ellas”), es un síndrome que no solo está presente, sino que acecha a las personas de Lima, Perú, el Monumental, el estadio de San Marcos, el Jockey Club y balnearios. Basta que cualquier cantante de mediana popularidad, en cualquier mes convencional del calendario, pise Lima para que su popularidad aumente en un 150% y todo el mundo clame a gritos que se muere por él o ella. Irónicamente hablando, yo ni siquiera fui a ver a Shakira, pero les puedo asegurar que el 75% de las personas que fueron ni siquiera saben el rap de Bruta, ciega, sordomuda, y son torpes, trastes y testarudas. 

Considero que el síndrome previamente mencionado nace porque los peruanos siempre tenemos que estar donde revienta el cohete. Yo misma he sido mega-víctima de este síndrome. Es más, el concierto que más disfruté estuve la mitad del tiempo iluminando mi cancionero, principal causa de la deforestación del Amazonas, en el concierto de Ricardo “le-pego-a-mi-mujer-pero-mis-letras-son-hipócritamente-feministas” Arjona. En mi modesta opinión, este síndrome surge a causa de que, hace poco más de un año, la sed musical de la población no encontraba posibilidad de ser saciada. Ahora, creo que ya hemos tomado mucho y el bolsillo está pidiendo "chepi”. 

Existen conciertos para todos los gustos. Desde El Lago de los Cisnes, hasta el conocimiento insuperable que podemos ganar luego de dos horas de Miley Cyrus. Cada loco con su tema. El pasado 18 de noviembre, Andrés Calamaro, The Wailers y David Guetta invadieron en simultáneo la ciudad de Lima, para poner en aprietos a las víctimas inocentes del síndrome explicado previamente. 

¿Qué camino tomar? Felizmente, dotado de mucho ingenio y siendo fiel a su enfermedad, el público limeño se distribuyó equitativamente manteniendo su meta en mente: sé posero y vencerás.

NOTE FROM THE AUTHOR (2023)

Para ver el post original, haz click aquí